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Books and anime reviews, when I have time; I wrote tales, stories and unfinished novels (for now). Hobbies too and reflections. Mainly Spanish, sometimes English and maybe something in Japanese.

martes, 20 de enero de 2015

[ESP] La Compañía Maldita (Cuento Corto, Fanfiction)


Cuando conocí el mundo de Warhammer, me había llamado mucho la atención la posibilidad de crear un ejército de puros mercenarios algo que pronto descubrí que ya no era tan factible ni usado, además de querer mejor quedarme en el mundo futurista.

Hace pocos días encontré un formación que había con una historia que me encantó y me decantó para hacer un cuento a su salud. A pesar de que solo he leído algunos libros y notas, y que no juego WHFB, no pude resistirme y he aquí un cuento corto que espero disfruten.

Para saber más les dejo este enlace. (En inglés)




La Compañía Maldita

Su vista se estaba nublando, sabía que iba a morir.
Las posibilidades de sobrevivir a aquella batalla eran ínfimas, la muerte era lo único que tenía seguro. Si los soldados tenían miedo, ¿Qué se podía esperar de él, un simple aldeano de una remota aldea?
Aunque no es que fuera a vivir una larga y próspera vida como su abuelo, e inclusive su padre; los tiempos estaban cambiando, el fin de los tiempos se veía más cerca. Los ejércitos de los hombres bestia cruzaban día a día las fronteras del Imperio, dejando atrás un rastro de cenizas, desolación y muerte. Y en los últimos meses las cosas se estaban poniendo peor. A primera hora por la mañana, llegaban los mensajeros con las malas noticias:
―¡Aniquilados! ―gritaban a los cuatro vientos. ―Se acerca el fin, ¡Los hombres bestia ya vienen!
En un principio la confianza ciega en la fuerza del Imperio había hecho que la gente de la aldea ignorase por completo a los mensajeros. Pero poco a poco aquellas palabras comenzaron a tallarse en las vidas de los aldeanos hasta que un buen día,  dejaron de ir los mensajeros y, finalmente, desapareció de igual manera cualquier atisbo de seguridad. Seguramente habían muerto, susurraban los aldeanos.
Sin pensarlo dos veces, varios aldeanos juntaron sus pertenencias y huyeron hacia las grandes ciudades, en busca de algún refugio para sus familias. A la tercera mañana, llegó un grupo de soldados con un edicto, todos los hombres que pudieran sostener una espada para luchar tenían que marchar a la guerra.
Su padre había muerto hace varios años en un ataque de los hombres bestia, su madre de fiebres al año siguiente. Solamente tenía su tierra pero en aquellas circunstancias, carecía de importancia alguna, ¿De qué sirve la tierra a un hombre muerto más que para que en ella le entierren? Junto con los demás varones había partido con aquellos hombres, sabiendo cuál sería su destino.
Y ahora, recostado en el suelo con una lanza atravesándole sus entrañas, la melancolía le había nublado los ojos.
¿Acaso ya estoy perdiendo la vista?
Un atisbo de calor escurrió por sus mejillas. Entre toda esa agua fría que caía inclemente en el cielo, aquella pequeña gota caliente le contestó la pregunta.
¿Lágrimas? Menudo hombre, llorar en mis últimos momentos…
Recordó sus últimos momentos. Las tropas se habían alistado, las formaciones estaban listas frente al espeso bosque que se tenía enfrente. El ejército de los hombres bestia venía en camino, sus ruidos, sus cuernos de guerra; todo se escuchaba cerca pero aquello parecía inquietar menos a los hombres que lo que se había puesto dentro de sus propias filas.

―¿La Compañía Maldita? ―preguntó con verdadero asombro. No tenía ni idea de lo que se referían pero aquello no sonaba nada bien.
―Así es, ―contestó el otro recluta ―La Compañía de Richter Kreugar, el maldito―.
El leve bullicio presente se difuminó por completo. Un silencio de aplomo invadió a todos los presentes.
―¿No conoces la historia? ―le preguntaron.
Sin nada que perder, contestó en aquel momento negativamente.
Richter Kreugar era un joven capitán mercenario quien alquilaba su espada al mejor postor, sin importar quien fuese. Era un hombre orgulloso y despiadado pero era talentoso. ―Hizo una pequeña pausa para mirar a todos los presentes y después de aquel corto silencio, prosiguió―. Hace muchos siglos se alió con un poderoso nigromante en estos mismos bosques en una campaña contra el Imperio.
La sola mención de ese dato hizo que todos los presentes miraran en todas direcciones. ―Parecía que estaba todo perdido, que estas tierras caerían presas de aquél terrorífico ejército… ¡Pero no fue así! ―gritó con júbilo―. Las fuerzas imperiales poco a poco comenzaron a ganar terreno y el temible ejército empezó a tener grandes bajas, igual que las que habían tenido nuestras fuerzas.
―¿Qué sucedió? ―gritó otro pueblerino.
―Richter vio lo que se avecinaba y se vio en secreto con un oficial del Imperio, al final de cuentas era un mercenario y lo único que le importaba era estar en el bando vencedor así que aceptó el soborno que le ofrecieron.
―A la mañana siguiente a mitad de la lucha, Richter apuñaló al Nigromante por la espalda tal como lo había pactado con el Imperio pero aquél ser maligno le maldijo con su último aliento, convirtiéndole en muertos vivientes a él y a toda su compañía para siempre, condenándoles a una eternidad de lucha sin descanso, negándoles la muerte para siempre―.
Algunos murmullos comenzaron a escucharse pero nadie se atrevía a romper con aquel ambiente hasta que finalmente, alguien se atrevió a preguntar.
―¿Y qué hacen aquí?
―Es obvio, vienen a ofrecer sus servicios como mercenarios. ―Contestó el soldado.
―¿Pero no son seres malignos, como los hombres bestia? ―preguntó alguien más.
―Claro que no, ―contestó― mientras logra encontrar el descanso final renta sus espadas al mejor postor creyendo que puede encontrar su anhelado final en algún campo de batalla.

Trató de mover algo pero apenas pudo mover los dedos de su mano derecha, aquella que tenía alrededor de la herida. El eco de la lluvia comenzaba a escucharse más y más vago, como si el sonido estuviera perdiéndose en un lejano lugar. La humedad y el frío de la noche se sentían más penetrantes, sentía que su cuerpo había dejado de generar calor.
Seguramente tengo el rostro pálido, como cuando era niño.
Los vagos recuerdos de su infancia comenzaron a brotar como si de gotas de agua de un manantial se tratase, sus primeros pasos en la granja, las pequeñas travesuras que les hacía a sus padres, la primera cosecha recogida por él, la muerte de su padre, la muerte de su madre. Su primera noche con una mujer. Cerró los ojos y sintió el frío y ligero golpear de las gotas de lluvia sobre sus párpados, aquel último recuerdo le hizo sentir un último calor en su cuerpo.
¿Perdimos?
Alguna vez había escuchado que los hombres bestia destajaban los cuerpos de los muertos para arrojarlos en contra de los hombres y poder hacer mella a su miedo, quizás en cualquier momento vendrían a por él. Deseaba morir lo más pronto posible.
Dejó de sentir la lluvia y por unos instantes creyó que ya había muerto. Fue entonces cuando un terror hizo presa de él.
El temor a no saber lo que podría ocurrirle y simplemente desaparecer de este mundo le hizo sentir un deseo incontrolable de vivir, no quería morir, quería vivir.
Quiero vivir…
Su respiración comenzó a agitarse y entonces sintió un fuerte deseo de abrir los ojos. Una persona se haya frente él, vestía una armadura de metal y un broche rojo le sostenía una capa que parecía ver de color verde. Su vista nublada no le dejaba identificar claramente el rostro.
―Vi…vir… ―pronunció con todas sus fuerzas.
Entonces aquel ser frente a él tiró el escudo a un lado y se agachó. Su rostro finalmente quedó visible y aquello que vio le aterró por completo. Un cráneo humano protegido con un casco en cuyo frente se podía distinguir las iniciales “R.K.”
Aquella criatura sacó su espada del cinto y sujetó al muchacho por los cabellos con su mano libre y, en un movimiento rápido y experto, le degolló.

Cuando abrió nuevamente los ojos, sintió que había algo extraño en él. Trató de mirar sus manos y en vez de ver la piel calluda de tantos años de trabajo en la granja, lo que vio le aterró por completo. Los huesos de sus manos y sus brazos se veían claramente.
Intentó correr pero algo se lo impedía, no podía moverse totalmente a su voluntad. Alguien le llamaba y no podía hacer caso omiso a su llamamiento. Miró entonces a sus alrededores y recuperó una lanza de un cadáver de un hombre bestia mientras que de lo que había sido seguramente un hombre, tomó un casco.
Miró por última vez a las fuerzas del Imperio alejarse en dirección a su aldea. Después comenzó a caminar bajo el nuevo estandarte del que ya era parte, pensando que ahora su más grande deseo era el poder morir.


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